
Un nuevo aniversario del nefasto 24 de marzo, el peor de nuestros golpes, el más violento, y el que destruyó nuestra economía como nunca antes.
Sin embargo, a tantos años de su final, y en la certeza de que se trató de “La última” -como tituló Enrique Vázquez a su libro más exitoso- es una gran oportunidad para dejarla atrás.
Sin dudas, una fecha de recogimiento, porque fueron muchas las víctimas, los asesinados, los presos sin razón, los secuestrados, los desaparecidos, los que perdieron sus laburos, sus carreras académicas, artísticas, profesionales. Demasiado como para olvidarlo. Pero también demasiado denso como para tener un feriado, que tiene su origen en el ánimo de lo festivo.
Nada más opuesto a un feriado, debe ser un día de reflexión colectiva, de autocrítica de todos los sectores de poder.
Excelente oportunidad para dar por tierra con la matriz violenta de los 70 que tanto daño le hizo a la sociedad. Los años de la peor Argentina que arrancó con Onganía y terminó con Videla. En el medio, ese Perón anciano que se autopercibió herbívoro, que guiñó el ojo 49 días al odontólogo conserva de San Andrés de Giles, para después anudarnos las bizarras corbatas de seda natural del yerno ideal, alentando el extremismo paraestatal de la Triple A, las amenazas de la JPRA, y la tragedia educativa de los fascistas caseros, Ottalagano e Ivanissevich.
El 24 no puede ser un día de descanso, de escapadas a la costa. Es fecha trágica. Hay que dar vuelta la página, celebrar los cuarenta años de continuidad democrática, sin vetos ni proscripciones. Y decirnos de una vez por todas, vamos a desagrietar y a construir un país más justo e igualitario
Rodrigo Estévez Andrade
Licenciado en Periodismo