
Un día como hoy, en 1931, se realizaron las elecciones a gobernador en la provincia de Buenos Aires que convocó la dictadura de José Félix Uriburu, al que por su germanofilia lo apodaron “Mariscal von Pepe”.
Frontman del golpe del 6 de septiembre de 1930 contra el gobierno radical, el dictador llamó a comicios convencido del triunfo conservador.
A pesar de la persecución y la cárcel que sufría el expresidente Hipólito Yrigoyen, y del exilio que forzosamente padecían algunos de sus hombres, el radicalismo siguió adelante, oficializó fórmula y salió a caminar.
El excanciller del riñón yrigoyenista, Honorio Pueyrredón, y el alvearista, Mario Guido encabezaron la lista y sumaron casi el 50 por ciento de los votos. Con toda la estructura estatal a su favor, los conservadores arañaron el 40 por ciento. La diferencia fue superior a 31 mil sufragios. Sabio, desde la prisión en la Isla Martín García, Yrigoyen había pronosticado una ventaja de 30 mil votos por lo menos.
Para enfrentar las trampas y los fraudes conservadores, allí nació el concepto del “rabanito”. Fue el propio Pueyrredón quien puso dinero en adquirir boinas coloradas, que tradicionalmente identificaban el voto conservador, para mimetizar a los propios y permitir que pudieran ejercer su derecho al voto.
La peonada yrigoyenista entusiasta prestó su cabeza y lució la boina que no sentía en su interior. La dictadura cayó y trasladó a muchos de esos hombres en camiones a los escasos y distantes centros de votación. Como los rabanitos, esos humildes trabajadores eran colorados por fuera y blancos por dentro.
“El gobierno de facto anuló las elecciones, demostrando que el derrocamiento del presidente Yrigoyen, pocos meses antes, no había respondido a ninguna intención reparadora sino al deseo de ocupar el poder contra la voluntad de la mayoría”, analizó Raúl Alfonsín en 2001.
“Urnas no, palos sí”, fue la consigna de la Legión Cívica, fuerza de choque que se pavoneó por las calles porteñas, emulando las camisas negras de la Italia fascista.
Mientras anarquistas, obreros y radicales conocieron la picana implacable del comisario inspector Leopoldo “Polo” Lugones en el sótano de la penitenciaría nacional (hoy plaza Las Heras), que se transformó en sala de torturas. El dirigente radical, Carlos Giménez, que tras la cárcel partió a Montevideo, lo describió en “El martirologio argentino”. “Hizo restaurar los elementos de torturas quemados públicamente en 1813, con el refinamiento que le dan la aplicación de la electricidad, la mecánica y los modernos inventos”, narró.
La derrota dejó sin comicios a Córdoba, Corrientes y Santa Fe.
Valiente, el forjismo comenzó a reunir y alumbrar a los jóvenes que pugnaron por defender el ideal yrigoyenista.
Uriburu tenía los días contados.
Rodrigo Estévez Andrade
Licenciado en Periodismo