
Un día como hoy, hace 46 años, falleció Mario Abel Amaya.
Desde hace años, hay ateneos, barrios, calles, comités y plazas que llevan su nombre. Fue diputado nacional de la UCR en 1973, pertenecía al reducido grupo de los siete legisladores alfonsinistas. A los que el presidente de bloque, Antonio Tróccoli, solía no autorizarles el uso de la palabra en el recinto.
Tras el golpe, Mario fue “guardado” en diversas zonas del país, fuera de Chubut. Sin embargo, él decidió regresar a su casa.
En la madrugada del 17 de agosto de 1976 lo secuestraron por orden del general Acdel Vilas, jefe del VII° Cuerpo de Ejército y dirigente peronista. Esa misma noche cayó Hipólito Solari Yrigoyen, sobrino nieto del presidente.
Nada les importaba, abogados, figuras públicas y populares en sus distritos, legisladores nacionales arrancados de sus bancas y de sus casas. Fueron trasladados “en avión a la Base Aeronaval de Bahía Blanca y de ahí al centro de tormentos y ejecuciones que funcionaba en el Regimiento 181 de Comunicaciones de la misma ciudad, conocido con el nombre de la Escuelita”, narró Solari Yrigoyen.
El 31 de agosto la presión internacional fue tal, que la Policía Federal, en las afueras de Viedma, los blanqueó fraguando un supuesto enfrentamiento. “Se nos arrojó con violencia del vehículo en que veníamos atados, amordazados y encapuchados, a una zanja lateral al camino, y enseguida nos detuvo la policía”, relató el ex senador. El 1° de setiembre volaron a la Base de Bahía Blanca e ingresaron a la cárcel de Villa Floresta. El 11, los trasladaron al Pabellón 8 de Rawson, donde los torturaron diariamente.
En estos días en que arrasa la crítica sin sentido a “Argentina 1985”, un puñado de esos que embarullan esta red, en su raro mix de ignorancia, mala fe, ingratitud, reescritura de la historia y discurso de odio se golpean el pecho asegurando que “las víctimas las puso solo el peronismo”. El doloroso relato del asesinato de Amaya muestra que las víctimas poblaban las más diversas carpas políticas.
Destruido por la tortura y el asma fue trasladado al hospital del penal de Devoto. Su madre pasó frente a su cama y no lo reconoció. Si, como lo lees. Así dejaban a los que identificaban como enemigos, eso que llamamos dictadura.
Su cuerpo diminuto y enflaquecido dijo basta el 19 de octubre de 1976. Tenía 41 años, había estudiado Derecho en Córdoba y en Tucumán, donde se incorporó al reformismo.
En Trelew, fue docente de enseñanza media e instaló su estudio jurídico junto a un amigo peronista. Defendían obreros y presos políticos del Onganiato.
Valiente y activo en los días previos a la matanza de Trelew, cayó preso. La solidaridad y el reclamo de la población en las calles, lo liberó.
En 1972, Chubut fue uno de los pocos distritos donde Alfonsín ganó la interna radical. Así fue como llegó a la Cámara de Diputados el 25 de mayo de 1973.
Su cuerpo fue retirado de la cárcel por un joven radical, José Suárez, que a instancias del dirigente Liborio Pupillo, se jugó la vida. En su casa funeraria del barrio de Mataderos lo velaron.
Posteriormente, lo trasladaron a Trelew, donde un reducido núcleo de amigos y vecinos lo despidió. Raúl Alfonsín no le esquivó a la parada: “Venimos a despedir a un amigo entrañable, (…) que llevaba al máximo su carácter bondadoso pero que, al mismo tiempo, sabía mantener con firmeza insólita sus convicciones. En ocasiones, una apreciación superficial podría hacerlo aparecer como un tanto ingenuo, cuando esto no era sino el abrirse permanentemente a cualquier posición para comprender al prójimo. Un amigo sencillo, que no sabía de vanidades; no sabía de jactancias. Un amigo valiente que no sabía de cobardías. Un amigo altruista que no conocía el egoísmo. Un hombre cabal, de extraordinaria dimensión humana (…) venimos también a despedir a un distinguido correligionario, a un hombre radical, a un hombre de la democracia, que no la veía constreñida a las formalidades solamente, sino que la vitalizaba a través de la participación del pueblo para poner el acento en los aspectos (…) sociales”.
“Y venimos también a despedir a un hombre infamemente calumniado, juntamente con otro correligionario que está sufriendo una cárcel que nadie se explica: Hipólito Solari Yrigoyen. Se pretende tergiversar el sentido de lucha de estos dos extraordinarios correligionarios, cuyo único pecado es pretender solucionar los problemas de los desposeídos, cuyo único pecado es sostener con Yrigoyen la defensa del patrimonio nacional”, dijo un Alfonsín conmovido. “Algún día una calle de esta ciudad llevará su nombre, porque su lucha se realizará y fructificará”, preanunció sin equivocarse.
“Ruego a Dios que permita sacarnos cuanto antes de esta pesadilla, de esta sangre, de este dolor, de esta muerte, para que se abran los cielos de nuevo; que en algún momento podamos venir todos juntos a esta tumba con aquellos recuerdos agridulces y recordar el esfuerzo del amigo y poder decirle que se realizó, que dio por fin sus frutos”, imploró en su cierre, quien años más tarde fuera un presidente cargado de valentía.
En Buenos Aires, el diario La Nación, por expreso pedido de Julio César Saguier, publicó un aviso fúnebre lamentando su partida. Entre el reducido núcleo de firmantes está mi vieja, hecho del que tomé conocimiento hace un par de años, gracias a la pluma generosa y la investigación de Jaime Rosemberg.
La tragedia golpeó a muchos más anónimos, no lo dudo. Sin embargo, de los tipos como Mario Abel Amaya no podemos permitirnos olvidarlos nunca.
H. Rodrigo Estévez Andrade
Licenciado en Periodismo
Posgrado Comunicación Política UCA