La salud no lo acompañaba, pero sabía que su trabajo estaba por rendir frutos en el corto plazo. El objetivo era la institucionalidad tras la época más oscura. Lamentablemente, falleció el 9 de septiembre de 1981, en La Plata, un año antes de encaramarse como uno de los principales actores del regreso de la democracia.
Ricardo Balbín, “el último caudillo”, falleció en La Plata. Una multitud acompañó sus restos. La sensibilidad del momento político hizo que muchos entonaran la marcha “adelante radicales, adelante sin cesar…”, que combinaban con “se va a acabar, se va a acabar, la dictadura militar…”
El diario El País, de España, publicó en aquel momento: “Esta muerte añade incertidumbre al futuro político de la Argentina, que se encuentra en una de las peores crisis de su historia. El dirigente radical desaparecido era una de las personalidades con mayor peso específico en la vida partidista de Argentina”.
Destacó que Balbín había incorporado a los radicales “a la plataforma multipartidista creada por las principales formaciones políticas argentinas para encontrar salida a la crisis global de Argentina” y como figura comentó que el líder radical “se orientó siempre hacia la búsqueda de un espacio político diferencial, casi siempre crítico, respecto al peronismo, la principal fuerza política civil argentina desde mediados los años cuarenta”.
Su protagonismo y expresiones públicas hizo que se respetaran sus conceptos, de ahí que muchas veces accedió a un micrófono para dirigirse al país. Una fue tras el bombardeo a Plaza de Mayo, en 1955: “Lamentamos que el gobierno haya reconocido tan tarde que el radicalismo no se ha opuesto a las conquistas sociales; este retraso ha creado un clima de desconfianza perjudicial para la obra común al servicio del pueblo”. Otra, en los días previos al golpe militar de 1976, por la cadena nacional de radio y televisión: “Algunos suponen que yo he venido a dar soluciones y no las tengo. Pero la hay. La unión de los argentinos para el futuro de los argentinos”.
Siempre pregonó y abogó por la mancomunión para salir de tantas crisis vividas. En alguna ocasión llegó a parafrasear a Almafuerte: “Todos los incurables tienen cura cinco minutos antes de la muerte”. Llegó a abrazarse a Juan Domingo Perón en el regreso de éste al país, pese a haberlo encarcelado en varias ocasiones por pensar diferente (en una de estas ocasiones dijo “A veces es necesario que entren algunos dignos y libres a la cárcel para conocer dónde irán después los delincuentes de la República”). Es que siempre sostuvo que “no se realizará un país, sino en la base de la unión nacional”.
También dijo, en el cierre su campaña electoral en 1973 donde se postuló como presidente: “El que gana gobierna y el que pierde ayuda”.
Y a su vez, dejó marcada en la historia la despedida de su principal adversario. En el velatorio de Perón dijo: “No sería leal si no dijera que vengo en nombre de mis viejas luchas, que por haber sido sinceras y evidentes, permitieron en estos últimos tiempos la comprensión final, y por haber sido leal a la causa de la vieja lucha, fui recibido con confianza en la escena oficial que presidía el presidente muerto”, a quien refirió señalando “este viejo adversario despide a un amigo”.
Balbín nació el 29 de julio de 1904 en Buenos Aires. Admiró a Hipólito Yrigoyen desde que se convirtió en el primer presidente de la Nación elegido por el voto popular. Luego, con su militancia, fue un acérrimo defensor la democracia.
Estudió abogacía, pero prácticamente no ejerció. Es que con la mayoría de edad se afilió a la UCR y tras su paso por la Universidad de La Plata, donde llegó a ser delegado de la Federación Universitaria, aceleró sus tiempos políticos.
Fue el presidente de la resistencia radical de la Sección Primera de La Plata cuando derrocaron a Yrigoyen; diputado, candidato a gobernador, a presidente de la Nación y en varias ocasiones ejerció la presidencia del Comité Nacional.