
El viernes 11 de mayo de 1917 el presidente Hipólito Yrigoyen, que había asumido el 12 de diciembre de 1916 daría su mensaje anual para dejar abierto el 56° período de sesiones ordinarias. Nadie esperaba lo que ocurriría.
El Regimiento 1 de Infantería, comandados por su jefe el Tte. Cnel. Alfonso, estaban formados en la entrada del Congreso, luego de haber desfilado. Mucha gente se había reunido en los alrededores, y esperaba ver a Yrigoyen, un hombre muy poco afectuoso a las demostraciones públicas.
En el Salón de los Pasos Perdidos, los periodistas estaban a la caza de diputados y senadores. Llamó la atención a los hombres de prensa el escaso número de legisladores para un acto de esa trascendencia. Yrigoyen se había impuesto en el Colegio Electoral en forma ajustada.
Lo había votado todo el centro del país, mientras que los conservadores se habían hecho fuertes en el norte y en el oeste. Lo seguían la clase media, los inmigrantes nacionalizados y sus hijos.
En el Congreso no la tenía sencilla. La UCR contaba con 101 diputados contra 129 opositores y en el Senado solo con 3. El 11 de diciembre de 1916 había enviado al Congreso proyectos relativos a la consolidación de la deuda flotante y un gravamen temporario a la exportación.
Fueron rechazados y debió recurrir a créditos del Banco de la Nación Argentina. Tampoco le aprobaron la creación de dos bancos, de la República y el Agrícola. Tampoco la ley de presupuesto, el que actualizaba con el recurso del “régimen de duodécimo”.
Pasadas las 15, el presidente del cuerpo Pelagio Luna anunció que se leería el mensaje presidencial. El secretario. Dr. Labougle, leyó: “Los arduos y complejos problemas que han absorbido la acción sin tregua del poder ejecutivo, encaminada a la vez a corregir hondas deficiencias administrativas que perturban la regularidad funcional del Gobierno, no le han permitido reunir todos los elementos de información de la administración pasada, que debe elevar a la consideración de vuestra honorabilidad conjuntamente con lo que se refieren a su gestión propia”.
“No quiere, sin embargo, el Poder Ejecutivo retardar por esta causa la iniciación de las tareas del Honorable Congreso, y prefiere inaugurarlas de inmediato, sin perjuicio de enviar en breve, el mensaje completo con la expresión de sus juicios y propósitos”.
“Entretanto, anticipo a vuestra honorabilidad que las graves dificultades de todo orden que son del dominio público, han sido salvadas, por el momento, en forma altamente satisfactoria para la Nación, y ésta, tranquila y segura, dedica sus energías a una labor llena de esperanzas contribuyendo a ella el Poder Ejecutivo en la medida de sus recursos propios, ya que le faltaron las instituciones y las leyes necesarias para llenar más eficientemente tan altos fines”.
“En uso pues de la facultad que confiere al Poder Ejecutivo el art. 86, inc. 11, de la Constitución Nacional, declaro inauguradas las sesiones del Honorable Congreso, deseando que la justicia y el patriotismo inspiren sus deliberaciones”. Hipólito Yrigoyen – R. Gómez (Ministro del Interior).
Los legisladores no se habían terminado de acomodar en las bancas, cuando el presidente del cuerpo anunció que “estando cumplido el objeto de la Asamblea, queda levantada la sesión de Asamblea”.
Para la oposición fue un desaire. El 30 de junio envió finalmente el mensaje en donde hizo una descripción de cada una de las áreas de gobierno.
Aun así, Yrigoyen aclaró que enviaba adjunta “mayores y más amplias informaciones de lo que tituló ‘Un estado sintético de la administración general de la Nación”. Ese texto fue calificado por los legisladores opositores como “documento extraño y anormal” y “libelo”.
Lejos de las lecturas kilométricas, el caso de Yrigoyen fue todo lo contrario: la ceremonia de la apertura de las sesiones ordinarias se convirtió en un trámite tan exprés que no le dio tiempo ni a los periodistas a hacer funcionar el magnesio de sus cámaras fotográficas.
Adrián Pignatelli
Periodista y divulgador de temas históricos.
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