La Argentina ha ido perdiendo su visión de país: la inestabilidad nos ha ahogado en el coyunturalismo. Necesitamos un horizonte que nos guíe, que justifique nuestros esfuerzos, que nos motive. Como cuando con la Ley 1.420 nos propusimos educar a una nación, hoy tenemos que proponernos refederalizar el país.
La pandemia dejará su huella de dolor, pero también abrirá una ventana de oportunidad que no podemos dejar pasar. De la mano de la bioeconomía, de las industrias del conocimiento, el país puede reconfigurarse territorialmente. El dato es que Argentina ya exporta por 7 mil millones de dólares en producto de conocimiento intensivo y somos líderes mundiales en semillas resistentes a sequía.
La Argentina podría constituir 200 centros urbanos pequeños y medianos en lugares de alta calidad de vida y ambiental cohesionados socialmente y nuestras áreas metropolitanas sentirán alivio y podrán planificarse mejor. La mejor organización del espacio y el aprovechamiento integral del territorio, sumado a la tracción de esas actividades, pueden cambiar todo nuestro mapa social. Con empleos formales y dignos, tendremos más oportunidades de expansión social y de conocimiento.
Para hacerlo, debemos antes que nada construir un nuevo sentido en la acción publica. Ser el país de amplias clases medias que soñamos requiere esfuerzo y visión. Sin un sentido trascendente, la política se queda vacía. Sin respuestas técnicas adecuadas, la visión es solo discurso. Sin esfuerzo todo es mentira. Los cambios radicales no son un regalo del cielo. Podremos ser un país mejor, pero tendremos que construirlo nosotros.