
Días atrás, el diputado Fabio Quetglas presentó en Mar del Plata su libro “Deconstruir el populismo”.
Muchas cuestiones sobrevolaron esa presentación y cada una se relaciona con un todo, que es este momento tan relevante para el radicalismo. Solemos decir los radicales que entre las razones por las cuales nos esperanzamos con un futuro gobierno radical, una de peso es que creemos tener la gente con las capacidades para ejecutar ese gobierno.
Fabio Quetglas es, sin dudas, uno de ellos. Académico por formación y político por convicción, hay en él un sincretismo que entiendo resulta muy necesario. Conocimiento y preparación indispensables, contacto estrecho con una realidad que nada tiene de sencilla, que se percibe y se sabe compleja, pero a la que propone que no renunciemos a cambiar; cambio no como respuesta a una crisis profunda y definitiva, sino desde una actitud permanente de animarse a modificarla si se la percibe como perjudicial. Un espíritu reformista en el sentido estricto de la palabra, que se niega a dar por juzgadas las cosas, y pretende reformarlas sin que con ello se subestime las dificultades que implica hacerlo.
Ante la receta conservadora de no modificar el statu quo para evitar conflictos, Quetglas plantea claramente enfrentar lo que hay que enfrentar; recuerda el coraje de Alfonsín, quien “aun perdiendo, en ocasiones se enfrentó con aquellos a quienes había que enfrentarse”. También la propuesta para la Provincia, encabezada por Maxi Abad, se basa en la idea de reformar decididamente aquello que todos vemos que está mal, o no funciona como debiera. La “deconstrucción del populismo” implica una actitud reformista militante que aleja a la propuesta de la comodidad, pero que resulta necesaria y urge. Todo en un marco muy complejo.
Es que hay cosas que damos por logradas, sin que la realidad diga lo mismo. Somos una república federal, es cierto. Así lo dice el primer artículo de nuestra Constitución Nacional. Pero la República ha transitado la historia desde 1853 con una enormidad de dificultades, y en lo personal estoy convencido que ha sido el radicalismo su mejor garante. Quizás sea esa permanente amenaza a la República la que justifique nuestra larga historia como partido político, o buena parte de ella. La República no es un bien ganado, sino un sistema por el que se lucha siempre, para asegurar su supervivencia y mejorar su calidad. Se ha hostigado frecuentemente a la periodicidad en los cargos de gobierno y a la alternancia de los ciudadanos en esos lugares, infinidad de actos de gobierno nacen evitando su publicidad, la división de poderes se defiende en tanto los fallos de la Justicia sean los que esperamos y resulte funcional. Cuando me condena, la Justicia deja de ser Justicia, y se vuelve Lawfare.
Otro tanto ocurre con el federalismo. Este federalismo que debe convivir con una billetera caprichosa e interesada, con recursos que dependen del criterio arbitrario de un estado centralista que disciplina, premia y castiga desde el “talón de Aquiles” de las necesidades provinciales, centralista en sus decisiones, en sus recursos, en sus posibilidades, en su mirada… “Obeliscocéntrico”, como diría otro destacado radical como es Pedro Espondaburu.
¿Qué federalismo? Hace años debe rediscutirse una nueva Ley de Coparticipación y no se hace; en esta telaraña del entramado federal, la provincia de Buenos Aires por la que caminan un 40 % de los argentinos, recibe sólo un 22 % de coparticipación. Las autonomías municipales están consagradas en la Constitución, pero ausentes en la realidad. Quien puede concentrar el poder no demuestra ninguna voluntad de fragmentarlo, aunque todo indique que en esa dirección pueda mejorarse el accionar estatal, ajustando las decisiones a las distintas realidades, brindando mejores posibilidades a los gobiernos municipales, que siempre constituyen el “primer mostrador” para los ciudadanos.
Sólo un 7% de los recursos totales se destinan a los Municipios, aunque sean los encargados de la solución de una gran cantidad de problemas. ¿No serían menos las carencias si esos recursos se descentralizaran? ¿No sería su aplicación más certera?
– Pablo Zubiaurre –
Quizás ya sea tiempo de cuestionar la conveniencia (hablo de la conveniencia para el bienestar de sus habitantes) de la unidad de la provincia de Buenos Aires, con su enorme extensión y sus realidades tan diferentes. Parece tiempo de superar el “No, porque no se puede”. Seguro es tiempo de una regionalización con criterio, a partir de la definición de cada región y su sentido integral; regiones en las que pueda descentralizarse el gobierno y se articule su realidad judicial, sanitaria, educativa, policial, hidráulica, vial, etc.
Cada una de estas decisiones implica abandonar una zona de confort que, sin embargo, nos ha llevado a la triste realidad de un país con la mitad de su población bajo la línea de pobreza, con un sistema educativo que fue modelo y hoy languidece, un sistema sanitario deficiente y carente de la seguridad mínima necesaria, con una infraestructura fuera de tiempo. Campo para un reformismo permanente y militante como signo de no resignación, de esperanza de un futuro mejor, de ideas desafiantes y bien elaboradas que no se conformen con lo que hay, porque así está dado. Sin magia, pues nada cambiará si no nos lo proponemos y le sumamos trabajo constante.
En la propuesta de Quetglas, se sueña un país diferente con “Doscientos Tandiles”, parafraseando de alguna forma los “Chivilcoy Sarmientinos”. Doscientas ciudades intermedias en la que pueda hacerse casi todo, con crecimientos especializados, con una calidad de vida y una calidad de Estado diferentes. Generar atracciones diferentes para que el resultado de cada Censo no nos traiga un nuevo crecimiento desmedido del Conurbano, que desde hace casi cien años atrae a aquellos a quienes la falta de oportunidades hace emigrar de sus provincias o pueblos.
En el futuro próximo, nuevos destinos deberán generar esa atracción. Un indicador que marcaría inicio de este nuevo rumbo –dice Quetglas- sería que para el próximo Censo el crecimiento del Gran Buenos Aires al menos se detuviera, que pudiera pensarse en el fin de una tendencia que acompaña nuestra historia desde hace casi cien años.
Paradojas de esta Argentina, un par de días más tarde se publican los resultados del Censo 2022 y La Matanza, mejor controlada, tiene 500 mil habitantes menos de lo que se proyecto hace diez años. Lamentablemente no es parte aún de una mejora, sino de una enorme estafa de los responsables de ese distrito en perjuicio de los otros ciento treinta y cuatro, pues esa población inexistente aumentó todo este tiempo los ingresos de La Matanza y disminuyó los de los demás. Es la comprobación de una práctica que muchos percibimos, y ahora se confirma.
– Pablo Zubiaurre –
Los “Doscientos Tandiles” implican la propuesta de alejarnos de conglomerados sobre los que el Estado no logra ser eficiente, ni próximo, como modelo de crecimiento. Ese agrupamiento con raíces de migración masiva y crecimiento industrial fue en un tiempo la comprobación del crecimiento del país, fue modelo. Hoy ya no lo es, muchas cosas han pasado y se debe pensar en otras opciones, para sumar a todas las ideas que se elaboren para la mejora de esa realidad que es indispensable.
Como cada vez, Quetglas es movilizador desde su análisis y aunque algún editor lo haya pensado como un libro “para leer en la playa”, también en la playa se puede leer y pensar. Nada lo impide. Forma parte de la deconstrucción de viejos clichés a los que no hay por qué someterse para siempre.
Pablo Zubiaurre
Profesor de historia y escritor
Exintendente de Ayacucho
Miembro de la Mesa Comité Provincia UCR